Arabia Saudita enfrenta su mayor déficit presupuestario en tres años debido a la caída de los precios del petróleo, lo que obliga al reino a replantear su gasto público y estrategia económica. La situación impulsa reformas fiscales, tecnológicas y de diversificación energética. El país busca equilibrar su influencia global con la necesidad de mantener la estabilidad interna.
Fecha:Thursday 08 May de 2025
Gestor:INSTITUTO ISIEN
Arabia Saudita, una de las economías más dependientes del petróleo en el mundo, se encuentra en una coyuntura crítica tras reportar un déficit presupuestario significativo en el primer trimestre de 2025. Esta situación ha sido desencadenada principalmente por la caída sostenida en los precios internacionales del crudo, los cuales han oscilado por debajo de los niveles proyectados en el presupuesto nacional. A pesar de los intentos del reino por diversificar su economía bajo el plan Visión 2030, los ingresos petroleros siguen representando una parte sustancial de sus finanzas públicas. El déficit actual, el mayor en los últimos tres años, genera preocupaciones tanto internas como en los mercados globales.
La volatilidad del mercado petrolero ha estado influenciada por varios factores, incluyendo la desaceleración económica en Asia, la sobreproducción por parte de algunos miembros de la OPEP+, y el auge de exportaciones alternativas como el gas natural licuado desde Estados Unidos. Estas condiciones han creado una presión bajista sobre los precios, afectando directamente los ingresos de los principales exportadores. Para Arabia Saudita, esta realidad implica una reestructuración forzosa de sus prioridades económicas. El precio del barril de petróleo Brent ha estado rondando los 70 dólares, por debajo del umbral fiscal saudí estimado en 85 dólares por barril.
A pesar de la magnitud del déficit, las autoridades saudíes han mantenido una postura de calma estratégica. Señalan que se trata de una situación manejable, gracias al respaldo de sus reservas internacionales y al control riguroso del gasto público. Sin embargo, los analistas advierten que, si la tendencia de precios bajos persiste, el reino deberá implementar medidas adicionales para evitar impactos más profundos en su economía y su política interna. Esta coyuntura podría marcar un punto de inflexión en la relación entre Arabia Saudita y el mercado petrolero global.
Ante este escenario, el gobierno saudí se enfrenta al reto de mantener la estabilidad macroeconómica sin comprometer sus planes de desarrollo e inversión. Uno de los primeros pasos que podría tomar es el ajuste del gasto público, en particular, la reducción de subsidios y el aplazamiento de proyectos no prioritarios. Esto ya ha ocurrido en crisis previas, como en 2015, cuando el país experimentó un recorte abrupto del gasto en infraestructura y defensa. En esta ocasión, el desafío es mayor, pues muchos de los proyectos actuales están ligados a la diversificación económica y a la creación de empleo.
Además del ajuste del gasto, Arabia Saudita podría recurrir a la emisión de deuda para financiar el déficit. El país ya ha demostrado experiencia en los mercados internacionales de bonos, donde ha colocado emisiones con buena acogida por parte de los inversores. Sin embargo, esta vía tiene sus límites, especialmente si los precios del petróleo no se recuperan a corto plazo. Un aumento sostenido del endeudamiento podría afectar la calificación crediticia del país y encarecer sus futuras emisiones. Por ello, se requiere una planificación fiscal prudente y mecanismos claros de control del déficit.
Una tercera estrategia contemplada es la venta de activos del fondo soberano saudí, el Public Investment Fund (PIF). Este fondo cuenta con inversiones valoradas en cientos de miles de millones de dólares, tanto en el país como en el extranjero. Aunque el objetivo del PIF es fortalecer la economía saudí a largo plazo, en circunstancias excepcionales puede servir como fuente de liquidez inmediata. El desafío aquí será preservar el equilibrio entre el uso estratégico del fondo y la necesidad urgente de recursos, sin comprometer la credibilidad del modelo de transformación económica.
La caída en los precios del petróleo ha obligado a las autoridades saudíes a replantear su estrategia en el sector energético. A corto plazo, se anticipa una reorientación en las políticas de producción y exportación, con un enfoque más agresivo en la recuperación de cuotas de mercado. Esto podría implicar nuevos ajustes en los acuerdos de la OPEP+, o incluso decisiones unilaterales de Arabia Saudita para defender su posición frente a competidores como Rusia, Irak o Estados Unidos. El dilema está en encontrar un punto de equilibrio entre volumen y precio.
En paralelo, se espera que Arabia Saudita acelere la implementación de tecnologías de eficiencia energética y la digitalización de sus operaciones petroleras. Esto permitiría reducir costos operativos y aumentar la competitividad del crudo saudí frente a otros orígenes. Empresas como Saudi Aramco ya han invertido en inteligencia artificial y automatización en plataformas de perforación, una tendencia que probablemente se intensificará en los próximos meses. La meta es hacer que la industria sea más resistente a los vaivenes del mercado.
Por otro lado, la transición hacia energías renovables cobra una relevancia renovada. Proyectos como NEOM y las plantas solares en desarrollo podrían recibir un nuevo impulso como parte de la estrategia de mitigación del riesgo petrolero. Aunque estas iniciativas todavía representan una fracción menor de la matriz energética nacional, su potencial para diversificar ingresos y atraer inversión extranjera es significativo. El déficit fiscal podría ser un catalizador para acelerar estas transiciones, posicionando a Arabia Saudita como un actor importante no solo en petróleo, sino también en energía limpia.
El contexto fiscal complicado también tiene implicancias en la geopolítica de la región. Arabia Saudita, como líder tradicional del mundo árabe y potencia petrolera, necesita mantener una imagen de fortaleza económica para sostener su influencia en el Golfo y más allá. Un déficit prolongado o una percepción de debilidad fiscal podrían dar lugar a cuestionamientos sobre su capacidad de liderazgo, particularmente frente a rivales como Irán o Turquía. Además, la cooperación dentro de la OPEP+ podría tensarse si los recortes necesarios para estabilizar precios entran en conflicto con los intereses fiscales saudíes.
En el ámbito internacional, Arabia Saudita deberá cuidar su relación con aliados estratégicos como Estados Unidos y China. El primero es un socio clave en defensa y tecnología, mientras que el segundo es el mayor comprador de crudo saudí. Una reducción en el suministro o cambios en los precios pueden alterar la dinámica de estos vínculos. Por ello, la diplomacia energética jugará un papel fundamental en los próximos meses, con el príncipe heredero Mohammed bin Salman liderando personalmente las negociaciones más importantes.
Internamente, el impacto del déficit también podría tener consecuencias sociales. Aunque el gobierno mantiene un control firme sobre el aparato político y mediático, el aumento del desempleo o la reducción de subsidios podría generar tensiones en la población. La percepción de que el modelo económico basado en el petróleo está en crisis podría minar el apoyo al liderazgo actual, especialmente entre los jóvenes, que conforman una mayoría significativa del país. En este contexto, las decisiones que tome el gobierno en las próximas semanas serán críticas para mantener la estabilidad interna y su legitimidad internacional.
Aunque el déficit presupuestario representa un desafío evidente, también puede ser una oportunidad para acelerar reformas estructurales necesarias desde hace años. Arabia Saudita tiene la capacidad de transformar esta crisis en un punto de inflexión hacia un modelo económico más sostenible y diversificado. El énfasis podría trasladarse a sectores como el turismo, la manufactura avanzada, los servicios financieros y la tecnología, todos ellos incluidos en la Visión 2030. Para ello, se requerirá una coordinación efectiva entre las distintas entidades del gobierno y el sector privado.
Sin embargo, los riesgos no pueden subestimarse. Si la caída de los ingresos petroleros se mantiene en el mediano plazo, el reino podría verse obligado a renegociar sus compromisos internacionales o a implementar medidas impopulares como el aumento de impuestos. El Impuesto al Valor Agregado (IVA), introducido recientemente, podría ser ampliado o acompañado de nuevos gravámenes. Este tipo de políticas, aunque fiscalmente justificadas, podrían erosionar el poder adquisitivo de la clase media y aumentar el malestar social si no van acompañadas de medidas de protección.
Por último, la gestión del déficit será observada de cerca por los mercados financieros globales. La confianza de los inversores depende en gran parte de la percepción de estabilidad y coherencia en la política económica del país. Si Arabia Saudita logra demostrar que puede navegar esta crisis sin comprometer su modelo de transformación y sus metas de desarrollo, podría incluso fortalecer su posición a largo plazo. Pero si la respuesta es improvisada o desarticulada, los costos podrían ser mucho más altos que los estrictamente financieros.