En abril de 2025, datos recientes del Ministerio de Economía, Comercio e Industria de Japón (METI) revelaron una tendencia que se ha ido consolidando en los últimos años: el país importa menos volumen total de petróleo crudo, pero lo hace con una dependencia creciente del Medio Oriente, particularmente de países como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Qatar. Esta dualidad plantea desafíos importantes para la seguridad energética japonesa, su política exterior y sus objetivos de descarbonización.
La evolución de esta situación refleja los cambios estructurales en el consumo interno de energía de Japón, los efectos de la transición energética global y la complejidad de sus relaciones estratégicas con el mundo árabe.
Japón ha sido históricamente uno de los principales importadores de petróleo del mundo, dado que carece de reservas significativas y produce menos del 0,1% del crudo que consume. Sin embargo, desde la década pasada, el país ha experimentado un descenso sostenido en sus importaciones, debido a factores como:
Estancamiento demográfico: una población que envejece y decrece reduce la demanda de transporte y consumo industrial.
Mayor eficiencia energética: las políticas gubernamentales y avances tecnológicos han reducido el uso per cápita de combustibles fósiles.
Transición hacia energías renovables y reactivación nuclear: Japón ha aumentado significativamente su inversión en energía solar, eólica y ha comenzado a reiniciar reactores nucleares cerrados tras el desastre de Fukushima en 2011.
En 2024, Japón importó aproximadamente 2,4 millones de barriles diarios de petróleo, frente a los más de 4 millones que importaba en la década de 2000.
A pesar de la disminución general del volumen, el 95% del petróleo que Japón sigue importando proviene del Medio Oriente, una cifra que ha aumentado en los últimos cinco años. En particular:
Arabia Saudita representa cerca del 40% de las importaciones.
Emiratos Árabes Unidos, aproximadamente 30%.
Kuwait y Qatar completan buena parte del resto.
Las importaciones desde países no árabes, como Rusia, Indonesia o Estados Unidos, han disminuido significativamente.
Este fenómeno puede explicarse por varios factores:
Relaciones diplomáticas estables con los países del Golfo: Japón ha mantenido una política exterior activa con estas naciones, basada en cooperación energética, inversión y desarrollo tecnológico.
Calidad y compatibilidad del crudo: las refinerías japonesas están diseñadas para procesar principalmente crudos medianos y ligeros del Golfo.
Precios y contratos a largo plazo: la estructura contractual del suministro con el Medio Oriente ofrece estabilidad y previsibilidad para las empresas japonesas.
La alta concentración de suministro en una sola región plantea riesgos estructurales para Japón, que históricamente ha sufrido disrupciones en sus fuentes de energía, como ocurrió durante las crisis del petróleo de los años 70.
Entre los riesgos actuales se encuentran:
Inestabilidad en el Golfo Pérsico, con tensiones entre Irán y Arabia Saudita, conflictos en Yemen, y presencia de grupos armados en puntos clave del transporte marítimo como el Estrecho de Ormuz.
Volatilidad de precios: eventos geopolíticos pueden disparar los precios del crudo rápidamente, afectando la economía japonesa.
Presión internacional: en el contexto de las sanciones occidentales a Rusia e Irán, Japón debe balancear su seguridad energética con sus alianzas diplomáticas.
Para mitigar estos riesgos, el gobierno japonés ha fortalecido su reserva estratégica de petróleo (con más de 500 millones de barriles almacenados) y ha buscado diversificar parte de sus proveedores, aunque con resultados limitados.
Japón se ha comprometido a alcanzar la neutralidad de carbono para 2050, lo que implica una reducción masiva del uso de combustibles fósiles, incluido el petróleo. Sin embargo, la transición energética enfrenta desafíos importantes:
Limitaciones geográficas: Japón tiene poco espacio para expansión eólica terrestre y altas densidades urbanas que dificultan la instalación solar.
Dependencia industrial: muchas industrias japonesas aún requieren combustibles líquidos por su intensidad energética y falta de alternativas viables.
Complejidad política: el reinicio de centrales nucleares sigue siendo un tema controvertido, y el hidrógeno verde aún no está listo para el uso masivo.
Mientras tanto, el petróleo sigue siendo fundamental para sectores como el transporte, la petroquímica y la generación de respaldo.
Ante este panorama, Japón está tomando varias acciones para reducir riesgos y avanzar en su transición energética:
Inversión en energías renovables: el país es líder mundial en capacidad solar instalada per cápita.
Apuesta por el hidrógeno: Japón promueve un modelo energético basado en el uso de hidrógeno verde y azul, especialmente en el transporte y la industria pesada.
Alianzas tecnológicas: con Australia, Chile y Canadá para desarrollar cadenas de suministro limpias.
Reactivación progresiva de su parque nuclear, con estándares de seguridad mejorados y aprobación social gradual.
La paradoja energética de Japón en 2025 se resume en una frase: importa menos petróleo, pero depende más que nunca del Medio Oriente. Esta situación refleja tanto el progreso del país hacia un modelo más eficiente y sustentable como su vulnerabilidad estructural frente a los vaivenes geopolíticos.
El reto para Japón será acelerar su transición energética sin comprometer su seguridad de suministro, diversificar aún más su matriz de proveedores y consolidar alianzas internacionales que le permitan alcanzar sus metas climáticas sin sacrificar competitividad ni estabilidad económica.