Un ataque de Israel a Irán en junio de 2025 desató tensiones en Medio Oriente, provocando un alza temporal en los precios del petróleo y temores de bloqueo del estrecho de Ormuz. Aunque los precios se estabilizaron tras señales de desescalada, persisten riesgos geopolíticos que amenazan el suministro global. El conflicto elevó costos de transporte, seguros e impactó la inflación y mercados financieros. La OPEC+ y otros productores evalúan respuestas ante posibles disrupciones prolongadas.
Fecha:Wednesday 25 Jun de 2025
Gestor:INSTITUTO ISIEN
El 12 de junio de 2025, un ataque militar de Israel sobre infraestructura crítica en Irán desató una nueva ola de inestabilidad en Medio Oriente. La respuesta iraní fue inmediata, incluyendo ataques con misiles y amenazas explícitas de cerrar el estrecho de Ormuz, ruta por la que transita cerca del 20 % del comercio mundial de petróleo.
Esta situación provocó un repunte inmediato de los precios internacionales del crudo. En apenas 48 horas, las cotizaciones del Brent subieron más de 10 %, mientras que el WTI experimentó un alza similar. La posibilidad de una guerra prolongada en la región generó incertidumbre en los mercados energéticos y reactivó preocupaciones sobre una interrupción real del suministro global.
Durante los días posteriores al inicio del conflicto, los futuros de crudo alcanzaron su nivel más alto en lo que va del año. Brent superó los USD 78 por barril y WTI se acercó a los USD 76. Sin embargo, con el paso de los días y la aparición de señales de desescalada diplomática, los precios comenzaron a ceder.
La posterior corrección en los precios reflejó una percepción de que el conflicto no había afectado directamente la producción ni las rutas de exportación. El hecho de que los envíos a través de Ormuz no se vieran interrumpidos permitió cierta estabilización. Para el 25 de junio, Brent y WTI se cotizaban nuevamente por debajo de los USD 70, aunque todavía por encima de los niveles previos al ataque.
El conflicto llevó a los principales analistas energéticos del mundo a revisar sus proyecciones de precios. Se plantearon diversos escenarios en función de la intensidad y duración del conflicto:
Una interrupción parcial del suministro iraní, equivalente a 1,1 millones de barriles diarios, podría mantener el Brent en una franja de USD 75–78.
Si la disrupción alcanzara los 3 millones de barriles diarios, los precios podrían superar los USD 90.
Un cierre del estrecho de Ormuz, aunque improbable, elevaría los precios por encima de los USD 120 e incluso hasta USD 150 en un escenario extremo.
En todos los casos, la duración del conflicto se considera determinante. Si se tratase de una interrupción corta, los mercados tendrían margen de adaptación, pero una guerra prolongada en la región podría tener consecuencias severas y duraderas.
El conflicto también encareció otros eslabones de la cadena energética. Los fletes de grandes buques petroleros aumentaron de forma significativa, con alzas del 20 % en algunos casos, debido a la percepción de riesgo en las rutas cercanas al Golfo Pérsico.
Las aseguradoras navieras ajustaron sus primas, incorporando sobrecostos que oscilaron entre 3 y 8 dólares por barril. Estos aumentos se trasladaron al precio final de los productos derivados del petróleo, impactando el transporte, la logística global y diversas industrias que dependen de la energía fósil.
A pesar de que el tráfico marítimo en Ormuz no fue interrumpido, la amenaza latente obligó a activar protocolos de seguridad adicionales y a modificar rutas en algunos casos, lo que también elevó los costos operativos.
El incremento del petróleo generó una respuesta inmediata en los mercados macroeconómicos. Diversos modelos económicos señalaron que si el Brent alcanzaba niveles de USD 120, la inflación global podría escalar hasta dos puntos porcentuales adicionales.
En Estados Unidos, esto significaría una inflación superior al 6 %, lo que complicaría aún más las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal. La posibilidad de recortes en las tasas de interés, prevista para el segundo semestre de 2025, quedó prácticamente descartada.
En Europa y Reino Unido se registraron efectos similares. El Banco de Inglaterra adoptó una postura más conservadora, mientras que el Banco Central Europeo mostró cautela ante un repunte inflacionario no previsto.
En las bolsas de valores, los primeros días de conflicto generaron caídas significativas en sectores sensibles como el transporte, la aviación y los productos químicos. Sin embargo, con la estabilización de los precios del crudo, muchos índices recuperaron terreno.
La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC+) indicó que estaba preparada para intervenir en caso de una disrupción real del suministro. Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos señalaron su disposición para aumentar la producción en conjunto hasta en 3,5 millones de barriles por día.
Sin embargo, analistas destacan que este margen no es ilimitado y podría verse comprometido si el conflicto se prolonga o se expande a otros países de la región.
En paralelo, los productores no pertenecientes a la OPEP, especialmente en Estados Unidos, mostraron una respuesta más contenida. Las empresas dedicadas al fracking, si bien tienen capacidad de reacción, enfrentan mayores costos operativos, restricciones medioambientales y una presión creciente por parte de sus accionistas para priorizar dividendos en lugar de expansión agresiva.
La posibilidad de que Irán cierre el estrecho de Ormuz ha sido una amenaza constante en los últimos años, pero pocas veces ha estado tan cerca de materializarse como en junio de 2025. Este canal es uno de los puntos neurálgicos del comercio mundial de energía.
Una obstrucción parcial o total del paso afectaría no solo al petróleo iraní, sino también al de Irak, Kuwait, Arabia Saudita y Catar. Se estima que por esta vía transitan alrededor de 20 millones de barriles diarios. Su cierre, incluso por días, provocaría un colapso inmediato del suministro global.
Además del petróleo, también se verían afectadas las exportaciones de gas natural licuado (GNL), especialmente desde Catar, lo que podría tener un efecto dominó sobre los mercados energéticos de Europa y Asia.
La situación actual guarda paralelismos con crisis pasadas, como la Guerra del Golfo o las sanciones a Irán durante la década pasada. Sin embargo, existen diferencias importantes.
Hoy en día, los mercados son más diversificados, con mayores reservas estratégicas, y tecnologías de producción más flexibles. Esto permite amortiguar parcialmente los shocks. Además, existe una coordinación más efectiva entre actores públicos y privados ante crisis de gran escala.
No obstante, la concentración de recursos energéticos en zonas geopolíticamente sensibles sigue siendo un talón de Aquiles del sistema energético global.
Si se mantiene el cese al fuego entre Israel e Irán, se espera que los precios del petróleo se estabilicen en el rango de USD 70–80 por barril durante el tercer trimestre del año. Sin embargo, los operadores siguen atentos a cualquier indicio de reactivación del conflicto.
Una escalada regional que involucrara a otros actores —como Arabia Saudita, Líbano o incluso Estados Unidos— cambiaría drásticamente el panorama.
En paralelo, países consumidores intensificarán su interés por fuentes alternativas de energía y fortalecerán sus reservas estratégicas como medida preventiva ante futuros conflictos.