En abril de 2025, Londres fue sede de una histórica Cumbre de Seguridad Energética Global, que reunió a más de 60 ministros de energía, representantes de organismos multilaterales, líderes empresariales y expertos técnicos de todo el mundo. En un evento que marca un punto de inflexión para el modelo energético del siglo XXI, la principal conclusión fue clara: la electricidad, y no los combustibles fósiles, será el motor energético dominante del futuro.
La cumbre no solo abordó las amenazas tradicionales a la seguridad energética —como la dependencia del petróleo, la volatilidad de precios o los conflictos geopolíticos—, sino que reconfiguró completamente el discurso global hacia un enfoque basado en descarbonización, electrificación, almacenamiento energético, redes inteligentes y cooperación tecnológica.
Durante décadas, el petróleo ha sido el centro de la política energética mundial. Desde la crisis del petróleo de 1973 hasta la hegemonía de los países exportadores agrupados en la OPEP, el crudo definió guerras, alianzas, inversiones y estructuras económicas completas.
Sin embargo, en esta cumbre se confirmó que estamos entrando en una fase de declive estructural de la demanda global de petróleo. Los factores que explican este cambio son:
Transición energética acelerada en Europa, Asia y América del Norte.
Avances en electromovilidad, con la venta de vehículos eléctricos superando el 30% del mercado global.
Políticas climáticas más ambiciosas, que buscan alcanzar la neutralidad de carbono antes de 2050.
Innovación en eficiencia energética, que reduce la necesidad de combustibles líquidos en la industria.
Según datos presentados por la Agencia Internacional de Energía (AIE), el mundo podría haber alcanzado el pico histórico de demanda de petróleo en 2023, y se espera una caída sostenida en los próximos 25 años.
Frente a este panorama, la cumbre de Londres se centró en cómo construir un sistema energético eléctrico que sea sostenible, seguro y justo. La electricidad está en el centro de múltiples procesos de transición:
Energías renovables como la solar, eólica, hidroeléctrica y geotérmica ya dominan las nuevas inversiones energéticas.
Electrificación del transporte, especialmente con el crecimiento exponencial de los vehículos eléctricos.
Sistemas de calefacción y refrigeración eléctricos, que reemplazan gradualmente los sistemas a gas o carbón.
Digitalización del consumo energético, con redes inteligentes y gestión en tiempo real.
Durante la cumbre, se presentó una hoja de ruta que propone que para 2040, el 80% del consumo energético final a nivel mundial esté basado en electricidad proveniente de fuentes limpias.
Un bloque de 30 países —entre ellos Alemania, Reino Unido, Francia, Japón, Brasil y Sudáfrica— firmaron un acuerdo para coordinar esfuerzos de electrificación masiva, con metas conjuntas en infraestructura, normas técnicas y financiamiento.
Se acordó la creación de un fondo internacional, con una dotación inicial de USD 15.000 millones, para apoyar la reconversión económica de países que dependen de los ingresos petroleros, como Nigeria, Irak, Venezuela y Angola.
Se establecieron parámetros globales mínimos de interoperabilidad, resiliencia y ciberseguridad para redes eléctricas inteligentes. También se definieron líneas de cooperación en investigación sobre baterías de nueva generación y tecnologías de hidrógeno verde.
Se plantearon incentivos multilaterales para el desarrollo de cadenas de suministro sostenibles de minerales críticos como litio, cobalto, níquel y tierras raras, necesarios para paneles solares, turbinas eólicas y baterías.
China reafirmó su compromiso con la expansión global de la energía solar y eólica. Anunció una inversión adicional de USD 30.000 millones en proyectos eléctricos en Asia y África. Además, lidera la producción global de baterías y módulos fotovoltaicos.
Estados Unidos presentó un ambicioso plan de interconexión nacional de redes, con un fondo de USD 100 mil millones, y destacó el papel de sus empresas tecnológicas en inteligencia energética artificial y movilidad eléctrica.
La UE propuso un marco de certificación global de electricidad limpia, que permita a las empresas rastrear y validar el origen renovable de la energía que consumen.
A pesar del entusiasmo general, la cumbre también reconoció importantes desafíos:
Brechas de acceso a la electricidad: más de 700 millones de personas aún viven sin electricidad.
Dependencia tecnológica: países del Sur Global temen quedar excluidos de las nuevas cadenas de valor.
Resistencia de industrias fósiles: algunas naciones petroleras no firmaron acuerdos clave, como Rusia e Irán.
Riesgos climáticos y geopolíticos: la demanda de minerales críticos puede generar nuevos conflictos si no se regulan con justicia.
La cumbre de Londres no solo fue un evento técnico o diplomático; fue un símbolo del fin de la era del petróleo y del inicio de un nuevo orden energético basado en la electricidad limpia, accesible y descentralizada.
Los compromisos asumidos, los fondos movilizados y la visión compartida dejan claro que el mundo ya no gira en torno al barril de crudo, sino alrededor de electrones verdes. La electricidad, en sus múltiples formas, será la clave del desarrollo económico, la estabilidad geopolítica y la acción climática en las próximas décadas.