La capacidad ociosa de la OPEP+ para reemplazar potenciales interrupciones de suministro, como las de Irán, es limitada y concentra riesgos para el mercado global. Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos son los únicos con márgenes reales de producción extra, pero estos no bastarían ante una crisis mayor. El sistema petrolero internacional opera con un colchón cada vez más estrecho.
Fecha:Friday 13 Jun de 2025
Gestor:INSTITUTO ISIEN
El sistema petrolero global enfrenta una vulnerabilidad creciente ante cualquier interrupción significativa del suministro, particularmente en regiones políticamente inestables como Medio Oriente. Uno de los mayores focos de preocupación actual es Irán, que produce cerca de 3,3 millones de barriles por día (Mbpd) y exporta más de 2 Mbpd. Cualquier incidente —desde sanciones más severas hasta un conflicto militar— podría suspender estas exportaciones, con consecuencias inmediatas para los precios internacionales.
La dependencia del mercado respecto al petróleo iraní ha crecido en medio de la creciente demanda global y la incapacidad de otros productores para expandir rápidamente su producción. Si bien las reservas estratégicas pueden ayudar a suavizar un impacto temporal, no sustituyen una producción constante. Esto se vuelve crítico cuando otros grandes productores, como Rusia o Venezuela, enfrentan sus propias restricciones estructurales o geopolíticas.
Además, la volatilidad actual se intensifica por la fragilidad del sistema logístico global. Aumentos abruptos en los precios del crudo tienen efecto dominó sobre los costos de transporte, alimentos y electricidad, generando presión inflacionaria. En este contexto, la capacidad de reacción de los países productores que integran la OPEP+ adquiere una importancia estratégica central para la estabilidad del sistema energético global.
Dentro del grupo OPEP+, solamente Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos cuentan con capacidad ociosa significativa para incrementar su producción en el corto plazo. Se estima que el margen conjunto de ambos países oscila entre 2 y 2,5 Mbpd, lo que equivale a poco más del volumen que Irán exporta actualmente. Sin embargo, esta capacidad no está libre de condicionamientos técnicos y políticos.
Arabia Saudita, el líder de facto del cartel, podría aumentar su producción en alrededor de 1,5 Mbpd, pero hacerlo implica comprometer infraestructuras diseñadas para operar con cierto margen de maniobra. Además, su decisión no depende exclusivamente de factores económicos: también entra en juego su política exterior, las relaciones con EE. UU. y su estrategia dentro del propio cartel, donde busca evitar conflictos de cuotas con otros miembros.
En el caso de Emiratos Árabes Unidos, su margen de expansión se estima en unos 0,7 a 1 Mbpd. Aunque ha mostrado voluntad de aprovechar oportunidades de mercado, su capacidad de reacción es más limitada en términos logísticos. Además, cualquier incremento importante podría alterar el delicado equilibrio político interno de la OPEP+, generando tensiones con miembros que ya operan al límite de su capacidad sin beneficios equivalentes.
La OPEP+ fue clave para estabilizar los mercados durante la pandemia y sus secuelas económicas, pero su capacidad de reacción frente a nuevos shocks es cada vez más limitada. La mayoría de los países miembros operan ya en niveles cercanos a su máximo productivo. Angola, Nigeria, Venezuela e incluso Rusia enfrentan desafíos estructurales como infraestructura obsoleta, sanciones, inestabilidad política o falta de inversión sostenida.
Esto significa que, ante una interrupción significativa en un país como Irán, la OPEP+ no podría compensar de forma rápida y sostenida esa pérdida sin desequilibrar su propio pacto de producción. Aunque en teoría el cartel tiene mecanismos de ajuste, en la práctica las decisiones requieren consenso entre actores con intereses muy disímiles. Las reuniones ministeriales, si bien frecuentes, no siempre logran respuestas ágiles.
Además, la credibilidad de la OPEP+ en los mercados ha sufrido por incumplimientos de cuotas, retrasos en decisiones y la creciente competencia de productores no alineados, como Estados Unidos y Canadá. Esta combinación de factores reduce el poder de disuasión del cartel y su capacidad para anclar expectativas en situaciones de volatilidad, dejando al mercado expuesto a reacciones especulativas y comportamientos oportunistas.
Un corte repentino de las exportaciones iraníes tendría efectos inmediatos sobre los precios del crudo. Los analistas estiman que la interrupción de 2 Mbpd podría empujar el Brent por encima de los 90 o incluso 100 USD/barril, dependiendo del contexto geopolítico global. Esta alza impactaría de forma desigual: beneficiaría a productores con excedente exportable, pero perjudicaría a países importadores netos, muchos de ellos aún en recuperación económica.
Además del precio, el mercado enfrentaría desafíos de asignación física. Las refinerías que procesan crudo iraní tendrían que buscar alternativas compatibles en corto tiempo, lo que implicaría reconfiguración logística, renegociación de contratos y posibles cuellos de botella en transporte marítimo. Países como China, India o Turquía, principales compradores del crudo iraní, sufrirían disrupciones tanto en disponibilidad como en costos.
En los mercados financieros, una interrupción sostenida generaría presiones inflacionarias y podría complicar las estrategias monetarias de bancos centrales en EE. UU. y Europa. Esto, a su vez, afectaría la recuperación post-pandemia, elevando el costo del capital, reduciendo la inversión en sectores sensibles al precio de la energía y aumentando el riesgo de recesión técnica en economías altamente dependientes del crudo importado.
Las tensiones entre Irán y potencias occidentales —en especial EE. UU. e Israel— han vuelto a escalar en los últimos meses. El estancamiento en las negociaciones nucleares, la actividad militar en la región y las acusaciones mutuas de sabotaje han generado un entorno donde la posibilidad de un cierre del estrecho de Ormuz o ataques a instalaciones petroleras no es descabellada. Un solo incidente podría paralizar envíos cruciales.
El contexto regional también añade complejidad. Arabia Saudita e Irán han reanudado relaciones diplomáticas, pero la desconfianza persiste. Cualquier intento de Riad por compensar el petróleo iraní ausente podría interpretarse como una jugada geopolítica que escale tensiones sectarias. Lo mismo aplica a los Emiratos, que mantienen un delicado equilibrio entre relaciones comerciales con Irán y alineamientos con Washington.
Otro factor clave es la guerra en Ucrania. Las sanciones a Rusia han afectado sus exportaciones energéticas, y su rol dentro de la OPEP+ es cada vez más incierto. Si Moscú decide reducir su producción en respuesta a presiones occidentales o problemas logísticos, el margen de maniobra de todo el cartel se reduciría aún más. Una doble interrupción —Rusia e Irán— pondría al sistema petrolero mundial en una situación crítica.
Ante la posible insuficiencia de la OPEP+, el mercado ha comenzado a mirar con mayor interés a los productores no alineados. Estados Unidos, gracias al shale, puede aumentar producción, aunque con un retraso de varios meses. Canadá y Brasil también ofrecen cierto potencial de crecimiento, aunque sus proyectos requieren inversión y tiempo. Ninguno puede sustituir por completo a Irán en el corto plazo, pero sí atenuar el impacto.
Otro mecanismo de amortiguación serían las reservas estratégicas de petróleo, especialmente las de EE. UU., China y países europeos. Sin embargo, estas se encuentran en niveles más bajos tras los retiros realizados durante la crisis energética de 2022–2023. Además, su uso prolongado no es sostenible, y la reposición de dichos inventarios en un entorno de precios altos podría resultar costosa y lenta.
En paralelo, los mercados de futuros se vuelven más volátiles. Las coberturas contra riesgos se encarecen, y aumentan las apuestas especulativas. Esto puede generar sobrerreacciones que lleven los precios a niveles superiores a los justificados por los fundamentos, afectando tanto a consumidores como a productores. La ausencia de un actor que pueda actuar como "productor de último recurso" deja al mercado sin una red de seguridad clara.
El mundo necesita nuevos mecanismos de estabilización, ya sea mediante coordinación multilateral, desarrollo de reservas más robustas o impulso decidido a la transición energética. Sin una acción concertada, cada nueva crisis —política, militar, técnica o climática— tendrá un impacto desproporcionado sobre precios, economías y seguridad energética. La diversificación de fuentes y actores se vuelve una necesidad estratégica.
La pregunta no es si ocurrirá otra interrupción crítica, sino cuándo. Y ante ese escenario, la capacidad de respuesta dependerá de la visión, la cooperación internacional y la preparación de un sistema energético que hoy camina sobre una delgada cuerda floja.