El 18 de julio de 2025, la Unión Europea y el Reino Unido lanzaron la ronda más severa de sanciones contra el petróleo ruso. Se redujo drásticamente el tope de precio del crudo, se prohibieron productos refinados de origen ruso y se ampliaron sanciones a bancos y buques. El objetivo es presionar a Rusia a negociar la paz en Ucrania. La reacción rusa fue desafiante, aunque con señales de reacomodo interno.
Fecha:Monday 21 Jul de 2025
Gestor:INSTITUTO ISIEN
La Unión Europea y el Reino Unido dieron un giro contundente en su política de presión hacia Rusia, con la aprobación del paquete de sanciones más duro desde el inicio del conflicto en Ucrania. Este conjunto de medidas apunta directamente a debilitar la principal fuente de ingresos del Kremlin: las exportaciones de petróleo. Con esta ofensiva económica, se busca impactar no solo la capacidad militar de Rusia, sino también su margen político de maniobra.
La ronda sancionadora introdujo una nueva metodología para fijar el precio máximo permitido del petróleo ruso, endureció las restricciones al sistema financiero y prohibió la entrada de productos refinados hechos a partir de crudo ruso en países terceros. También extendió las sanciones a una parte significativa de la flota naviera empleada por Rusia para sortear bloqueos.
Este paquete, aprobado tras intensas negociaciones diplomáticas, marca un punto de inflexión en la estrategia europea. La aspiración no es solo castigar, sino también acelerar una salida política al conflicto mediante el agotamiento de los recursos clave que permiten a Moscú sostener su guerra.
Uno de los componentes más relevantes de esta nueva estrategia es el recorte al precio tope del crudo ruso exportado por vía marítima. La nueva fórmula establece un techo que se ubica un 15 % por debajo del precio promedio internacional de los últimos tres meses, con ajustes trimestrales. Esta modalidad convierte al tope en un valor dinámico que evoluciona con el mercado.
La intención es reducir sensiblemente los ingresos obtenidos por Rusia sin desestabilizar el suministro mundial de petróleo. En otras palabras, se trata de golpear el bolsillo del Kremlin sin provocar una escalada inflacionaria en los mercados energéticos globales. Hasta ahora, los precios tope anteriores no lograron frenar del todo los ingresos rusos, que siguieron fluyendo gracias a redes de evasión y altibajos del mercado.
El nuevo mecanismo de fijación busca corregir esas debilidades, obligando a compradores y transportistas a mantenerse bajo vigilancia más estrecha. Se prevé que esta reducción afecte de forma significativa a los márgenes de rentabilidad de Rusia en mercados clave como India y China, aunque la verdadera efectividad dependerá de la colaboración internacional.
Otra novedad del paquete es la prohibición de importaciones de productos refinados fabricados a partir de petróleo ruso, incluso si estos han sido transformados en terceros países. Hasta ahora, muchas refinerías en Asia servían como intermediarios, procesando crudo ruso y vendiéndolo con nuevas etiquetas de origen. Con esta medida se cierra ese canal indirecto de financiación.
El impacto será particularmente fuerte en industrias energéticas que dependen de estos productos procesados, como el diésel y el combustible para aviación. Además, se espera que esta decisión incremente la presión sobre las empresas navieras que actúan como puente para estas operaciones de triangulación.
Simultáneamente, se bloquean todas las actividades relacionadas con el gasoducto Nord Stream, lo que implica cortar cualquier tipo de transacción comercial, técnica o financiera vinculada a esa infraestructura. Esto representa un golpe simbólico y logístico para el entramado energético de Europa del Este y para las estrategias rusas de mantener influencia sobre el continente.
La nueva batería de sanciones también refuerza el cerco al sistema financiero ruso. Veintidós nuevos bancos fueron excluidos del sistema de mensajería Swift, lo que les impide realizar transferencias internacionales con normalidad. Esta exclusión complica la operativa financiera del comercio exterior ruso, ya que la mayoría de pagos energéticos se canalizan a través de esta red global.
Además, se impuso la prohibición total de transacciones con entidades que empleen plataformas alternativas de comunicación financiera dentro de Europa, lo que impide a Rusia trasladar su operativa a mecanismos secundarios. La consecuencia directa es el aislamiento progresivo de las instituciones financieras rusas del circuito económico global.
Estas restricciones se suman a las ya existentes y buscan elevar el costo de hacer negocios con Rusia, forzando tanto a empresas como a gobiernos a replantear sus vínculos. El acceso limitado al sistema financiero internacional pone en jaque la capacidad del Kremlin para financiar operaciones bélicas, comprar equipamiento y mantener la estabilidad macroeconómica.
Uno de los elementos más novedosos y estratégicos de las sanciones es el ataque directo a la llamada “flota sombra” de Rusia. Se trata de una red de buques que operan sin bandera clara, sin seguros homologados y sin control regulatorio, diseñada para sortear sanciones internacionales. En esta ocasión, se añadieron 105 embarcaciones más a la lista negra, elevando a más de 400 los barcos bloqueados.
Estas naves, en muchos casos obsoletas y carentes de mantenimiento adecuado, transportan millones de barriles de petróleo ruso a Asia, Medio Oriente y África. Las sanciones intentan asfixiar esta logística paralela, aumentando el costo de transporte, obligando a aseguradoras a retirarse y dificultando la contratación de puertos.
El objetivo es cortar los canales que permiten a Rusia seguir exportando su petróleo pese a los controles occidentales. La esperanza de los diseñadores de esta estrategia es que una acción coordinada contra esta flota reduzca las opciones de Moscú y obligue a replegar su aparato exportador.
Desde el Kremlin, la reacción fue inmediata y predecible: rechazo frontal a las nuevas sanciones, calificándolas de ilegales y unilaterales. Voceros del gobierno aseguraron que Rusia ya está preparada para operar en un entorno de restricciones prolongadas y que ha diversificado lo suficiente sus rutas de exportación para mantener su economía en marcha.
Rusia también afirmó que redoblará sus esfuerzos para consolidar una red de comercio alternativo, utilizando monedas no occidentales, firmando acuerdos bilaterales con países asiáticos y expandiendo su influencia en África y América Latina. Además, se espera que refuerce su uso de la flota sombra y cree mecanismos financieros internos para sustituir plataformas externas.
Sin embargo, expertos coinciden en que el impacto acumulativo de las sanciones empieza a erosionar la capacidad de respuesta rusa. El crecimiento económico se ha desacelerado, la inflación ha aumentado y la inversión extranjera sigue en retroceso. Aunque la resistencia inicial del régimen es alta, el deterioro macroeconómico podría tener consecuencias políticas en el mediano plazo.
A pesar del endurecimiento de las sanciones, el mercado petrolero internacional apenas reaccionó. El precio del barril se mantuvo estable, lo que indica que los operadores ya anticipaban la medida o no consideran que el suministro global se vea comprometido a corto plazo. El crudo Brent se mantuvo en torno a los 70 dólares, y el WTI alrededor de los 67 dólares.
Esta calma puede explicarse por la percepción de que Rusia todavía tiene margen para eludir parcialmente las restricciones. No obstante, si las nuevas sanciones resultan efectivas —especialmente las que apuntan a la flota sombra y a los productos refinados— el suministro podría reducirse de forma significativa en los próximos meses.
El mercado también observa con atención la reacción de países como India, China y Turquía, que son ahora los principales compradores del petróleo ruso. Cualquier variación en sus decisiones de compra podría generar cambios bruscos en la oferta global y, con ello, presionar los precios al alza.
Una de las debilidades más señaladas del nuevo paquete sancionador es la falta de coordinación global total. Aunque la Unión Europea y el Reino Unido han avanzado de forma conjunta, Estados Unidos aún no se ha sumado a algunas de las nuevas disposiciones, particularmente en lo relativo al tope de precio móvil.
Sin un consenso del G7 completo, las sanciones pierden parte de su fuerza, ya que muchos compradores aprovechan estas grietas para seguir negociando con Moscú. La eficacia del plan requiere una acción coordinada no solo en la fijación de precios, sino también en la fiscalización de embarques, puertos y navieras.
Además, la participación de países en desarrollo que compran petróleo ruso a descuento es vital para cerrar el círculo. Si se logra una coalición más amplia, las sanciones podrían tener un efecto inmediato en la capacidad rusa de generar ingresos. De lo contrario, existe el riesgo de que se conviertan en una presión parcial y no definitiva.
Más allá de su contenido técnico, este paquete de sanciones tiene una motivación política clara: obligar a Rusia a sentarse en una mesa de negociación. Al reducir sus ingresos, se espera que el Kremlin se vea forzado a replantear su posición militar y aceptar condiciones de alto el fuego más favorables a Ucrania.
Esta lógica forma parte de una estrategia de desgaste prolongado. La idea es que, ante la imposibilidad de sostener una guerra costosa e improductiva, Moscú se abra a canales diplomáticos. En ese marco, también se han aplicado sanciones personales a funcionarios militares y de inteligencia involucrados en operaciones ofensivas.
No obstante, esta vía no está libre de riesgos. Si Rusia se siente acorralada, podría reaccionar con una mayor agresividad militar o profundizar su acercamiento a actores hostiles a Occidente. Por eso, cada paso debe estar acompañado de opciones diplomáticas realistas que ofrezcan salidas viables a la crisis.
La ronda de sanciones del 18 de julio representa un salto cualitativo en la política energética y geoeconómica de Europa frente a Rusia. Es un intento claro de cerrar los resquicios por donde Moscú seguía obteniendo ingresos, mientras se proyecta una estrategia de aislamiento financiero y logístico más profunda. Sin embargo, el éxito de este enfoque dependerá de múltiples factores: la capacidad de Rusia para adaptarse, la coordinación internacional y el comportamiento del mercado.
Mientras tanto, la guerra sigue y el tiempo corre. Europa apuesta por debilitar el músculo económico del Kremlin para lograr la paz. La pregunta es si ese objetivo se alcanzará a tiempo.